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La marcha del pueblo: Cuando la movilización revela más por lo que calla que por lo que dice




«Las marchas, por sí mismas no ganan elecciones, pero pueden ser punto de partida para construir una alternativa política viable que puede dar al traste con el cambio de gobiernos, cuando movilizan la conciencia de una nación»

I. INTRODUCCIÓN: EL GRITO DE UNA NACIÓN AGOBIADA

El domingo 30 de noviembre de 2025, las principales arterias de Santo Domingo se convirtieron en un río humano de descontento. La Fuerza del Pueblo, apenas días después de concluir su Congreso Elector Manuel Aurelio Tavárez Justo, convocó a lo que denominó «La Marcha del Pueblo», una movilización masiva encabezada por su presidente Leonel Fernández, en respuesta a la profunda crisis multidimensional que sacude a la República Dominicana.

No se trataba de una protesta espontánea. La marcha fue la culminación visible de meses de frustración acumulada ante una realidad que golpea el bolsillo, la seguridad y las esperanzas de millones de dominicanos. 

El aumento desmedido de la canasta familiar, que según datos del Banco Central alcanzó un incremento del treinta y dos por ciento en los últimos dieciocho meses, ha erosionado el poder adquisitivo de las familias de clase media y popular. Los combustibles registran precios históricos, con el galón de gasolina premium bordeando los trescientos diez pesos, mientras el gasoil regular supera los doscientos cuarenta pesos, cifras impensables hace apenas dos años.

Pero la crisis económica es apenas la punta del iceberg. La inseguridad ciudadana ha convertido barrios enteros en zonas de alto riesgo, con estadísticas policiales que reportan un incremento del cuarenta y cinco por ciento en homicidios durante el último año. El narcotráfico ha permeado instituciones que deberían ser bastiones de la ley, evidenciado en los recientes escándalos que salpicaron a miembros de la Policía Nacional y la Dirección Nacional de Control de Drogas. La violencia contra la mujer alcanza cifras alarmantes, con más de ciento veinte feminicidios registrados en lo que va del año, según organizaciones de derechos humanos.

El colapso del sistema eléctrico mantiene a la población en apagones que en algunos sectores superan las doce horas diarias. El sistema de salud público agoniza, con hospitales sin insumos básicos y médicos en pie de lucha por salarios dignos. 

La educación pública enfrenta infraestructuras deterioradas y maestros desmotivados por condiciones laborales precarias, a pesar de disponer de un presupuesto de un 4% del PIB.

En ese contexto explosivo, y haciendo uso de su papel de principal partido de oposición, la Fuerza del Pueblo salió a las calles a canalizar la indignación popular.

II. LA RADIOGRAFÍA DE UNA CRISIS QUE NO DA TREGUA

Los números no mienten, aunque a veces se interpreten según la conveniencia política. Según informes del Banco Central de la República Dominicana, la inflación acumulada de los últimos dos años supera el veinticuatro por ciento, mientras los salarios reales han perdido aproximadamente el dieciocho por ciento de su capacidad de compra. Una familia promedio que destinaba mil quinientos pesos semanales a la compra de alimentos básicos, ahora requiere cerca de dos mil pesos para adquirir los mismos productos, en muchos casos de inferior calidad.

De acuerdo con datos de la Encuesta Nacional Continua de Fuerza de Trabajo (ENCFT), el desempleo oficial se mantiene en un nueve punto tres por ciento, pero el subempleo y la informalidad alcanzan cifras cercanas al cincuenta y cinco por ciento de la población económicamente activa. Esto significa que más de la mitad de los dominicanos que trabajan lo hacen sin seguridad social, sin prestaciones laborales, en la economía de rebusque diario.

La crisis energética representa quizás el fracaso más visible del gobierno. A pesar de las promesas de solucionar definitivamente el problema eléctrico, según reportes de la Superintendencia de Electricidad, las distribuidoras reportan pérdidas técnicas y no técnicas que superan el treinta y ocho por ciento, mientras la deuda del sector se aproxima a los quinientos mil millones de pesos. Los apagones programados y no programados se han convertido en una constante que paraliza la producción, arruina electrodomésticos y exaspera a una población que paga tarifas cada vez más altas por un servicio cada vez más deficiente.

El narcotráfico ha dejado de ser un problema externo para convertirse en una amenaza interna que corroe las instituciones. Información de la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD) indica que los decomisos récord de sustancias controladas superan las diez toneladas en el último año, lo que paradójicamente evidencia no solo la efectividad de algunas operaciones, sino la magnitud del tráfico que atraviesa territorio dominicano. Los recientes escándalos de militares y policías involucrados en redes de narcotráfico han minado la confianza ciudadana en las fuerzas del orden. A esto se suma una corrupción generalizada que permea diversos niveles del aparato estatal, erosionando la credibilidad institucional.

La violencia de género continúa siendo una pandemia silenciosa. Según estadísticas del Ministerio de la Mujer y organizaciones defensoras de derechos humanos, cada treinta horas, en promedio, una mujer es asesinada por su pareja o ex pareja. Los refugios para mujeres víctimas de violencia operan con presupuestos insuficientes, y las órdenes de protección muchas veces son papel mojado ante la incapacidad del sistema judicial de hacerlas cumplir efectivamente.

III. UN MOSAICO HUMANO EN LAS CALLES: LA DIVERSIDAD DE LA PROTESTA

La convocatoria de la Fuerza del Pueblo logró articular un espectro amplio de sectores sociales. Desde las primeras horas de la mañana, columnas de manifestantes convergieron hacia los puntos de concentración. Organizaciones sindicales, movimientos barriales, agrupaciones estudiantiles, colectivos de mujeres, comerciantes afectados por la crisis, transportistas agobiados por el precio del combustible, y ciudadanos sin militancia política definida pero hartos de la situación, se sumaron a la marcha.

Las estimaciones varían según la fuente. Los organizadores calcularon una participación superior a las ciento cincuenta mil personas, mientras fuentes policiales hablaron de aproximadamente ochenta mil manifestantes. Los medios independientes situaron la cifra entre noventa y ciento veinte mil participantes, lo que de cualquier manera representa una movilización significativa en el contexto político dominicano.

«Yo nunca había venido a una marcha política», confesó María Rodríguez, maestra de escuela pública de cuarenta y dos años, mientras caminaba por la avenida principal portando una pancarta que decía «Educación en crisis, futuro en riesgo». «Pero ya no se puede más. Mi salario no me alcanza, mis alumnos vienen sin desayunar, las aulas se caen a pedazos, y los que gobiernan parece que viven en otro país. Vine porque tengo dos hijos y me da miedo el país que les vamos a dejar».

Las consignas eran variadas pero convergentes: «¡El pueblo no aguanta más!», «¡Abinader, escucha, el pueblo está en la lucha!», «¡Luz, salud, educación, eso exige la nación!». Los jóvenes coreaban eslóganes contra la corrupción y exigían oportunidades de empleo digno. Los comerciantes protestaban contra la voracidad fiscal y la asfixia económica. Las organizaciones feministas demandaban acciones concretas contra los feminicidios.

La marcha transcurrió en orden, sin incidentes que empañaran el carácter cívico de la movilización. La presencia policial fue notable pero no represiva, y los organizadores mantuvieron un control efectivo sobre las columnas de manifestantes.

IV. EL DISCURSO DE LEONEL: ENTRE LA DENUNCIA CONTUNDENTE Y LA PRUDENCIA CALCULADA

El punto culminante de la jornada fue el discurso de Leonel Fernández desde la tarima principal. Con su característica elocuencia y dominio escénico, el líder de la Fuerza del Pueblo, principal partido de oposición de República Dominicana, desplegó una crítica demoledora contra el gobierno de Luis Abinader y la gestión del Partido Revolucionario Moderno.

Fernández comenzó estableciendo un contraste entre las promesas de campaña del PRM y la realidad actual. Recordó los compromisos de «cambio», «transparencia» y «modernidad» que caracterizaron el discurso del entonces candidato Abinader. Citó cifras, comparó indicadores, y construyó un relato de incumplimiento sistemático.

En materia económica, Leonel fue implacable. Destacó que el gobierno heredó una economía en crecimiento, con reservas internacionales sólidas y una inflación controlada, pero que la gestión actual ha dilapidado ese capital. Mencionó el endeudamiento acelerado, que ha llevado la deuda pública a niveles cercanos al sesenta por ciento del Producto Interno Bruto, sin que se evidencien obras de infraestructura o programas sociales que justifiquen ese endeudamiento.

Sobre el sector eléctrico, el expresidente fue categórico: «Prometieron luz las veinticuatro horas. Nos dijeron que tenían la fórmula mágica. Han pasado años y la gente tiene menos luz que antes, pero paga más que nunca. ¿Dónde está la solución que prometieron?».

En seguridad ciudadana, Fernández denunció el aumento de la criminalidad y la sensación de desprotección que viven los dominicanos. Habló de barrios convertidos en territorios sin ley, de madres que temen por sus hijos cada vez que salen a la calle, de comerciantes sometidos al chantaje de bandas delincuenciales.

El discurso incluyó propuestas alternativas, aunque sin el nivel de concreción que algunos esperaban. Habló de la necesidad de un pacto nacional por la energía, de reformas estructurales en el sistema tributario para aliviar la carga sobre la clase media, de inversión real en educación y salud, de una política de seguridad integral que ataque las causas de la criminalidad.

Fernández cerró con un llamado a la unidad de todos los sectores comprometidos con el cambio, y advirtió que «este gobierno ha perdido la brújula, y un gobierno sin rumbo es un peligro para la nación».

V. CONCLUSIÓN:

LA MARCHA COMO SÍNTOMA Y COMO PREGUNTA

La Marcha del Pueblo del 30 de noviembre de 2025 demostró la capacidad de movilización de la Fuerza del Pueblo en su papel de principal partido opositor de la República Dominicana y evidenció el descontento real que existe en amplios sectores de la población dominicana. Las cifras de participación, la diversidad de los manifestantes, y el carácter mayormente pacífico de la protesta, confirman que existe un rechazo significativo a la gestión del gobierno actual.

El discurso de Leonel Fernández fue efectivo en canalizar ese descontento y articular una crítica coherente contra las políticas del PRM y su gobierno. Su contraste entre promesas y realidades golpeó puntos sensibles de la administración Abinader y conectó con las frustraciones cotidianas de miles de ciudadanos.

La ausencia de propuestas concretas y detalladas sobre cómo resolver los problemas denunciados deja un vacío que el entusiasmo movilizador no puede llenar completamente.

La pregunta que queda flotando es si la Fuerza del Pueblo podrá traducir esta capacidad de movilización en una propuesta política convincente que trascienda la protesta y ofrezca un proyecto de nación creíble. Las marchas, efectivamente, no ganan elecciones por sí mismas. Pero pueden ser el punto de partida para construir una alternativa política viable, siempre que vayan acompañadas de honestidad en el diagnóstico, valentía para tocar todos los temas incómodos —incluidos aquellos que involucran responsabilidades propias— y claridad en las soluciones propuestas.

El gobierno de Luis Abinader enfrenta un desafío mayúsculo: recuperar la confianza de una ciudadanía cada vez más escéptica y responder con hechos concretos a las demandas legítimas expresadas en las calles. Pero la oposición también enfrenta su propio desafío: demostrar que representa algo más que la alternancia en el poder, que ha aprendido de errores pasados, y que está dispuesta a abordar sin cálculos electoralistas todos los males que aquejan a la nación dominicana, incluidos aquellos de los que prefiere no hablar.

La República Dominicana necesita más que marchas multitudinarias. Necesita liderazgos que tengan el coraje de hablar de todo, incluso de lo incómodo. Necesita propuestas viables, no solo denuncias efectistas. Necesita una clase política que anteponga el interés nacional a los cálculos partidarios.

La marcha del 30 de noviembre quedará registrada como un hito en la coyuntura política dominicana. Pero su verdadero significado histórico dependerá de lo que venga después: si fue apenas un desahogo colectivo que se diluirá en la rutina política, o si marcó el inicio de una transformación profunda en la forma en que se hace política en el país.

El tiempo, como siempre, tendrá la última palabra.

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