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Esquema del desorden mundial actual en las sociedades, en los partidos y en las instituciones




Santo Domingo.– El siglo XXI avanza hacia un escenario que puede describirse como desorden mundial estructural.

No se trata de una crisis aislada, sino de una descomposición sistémica: los equilibrios geopolíticos se fracturan, los liderazgos se erosionan, las instituciones pierden autoridad, las sociedades se polarizan, los partidos se vacían de contenido y los valores que sostenían el edificio democrático occidental se diluyen.

El viejo orden surgido después de 1945 entró en fase terminal. Las potencias ya no compiten dentro de reglas, sino fuera de ellas. El resultado es una humanidad sin brújula moral, sin árbitro institucional y sin certezas históricas.

¿Cómo afecta el desorden a las sociedades?

El desorden en las sociedades se manifiesta en fragmentación, ansiedad y pérdida del sentido:

1. Pérdida de cohesión.

La identidad colectiva se diluye por redes sociales polarizadas, consumo compulsivo, valores líquidos e ideologías importadas.

2. Ansiedad social.

Las personas viven atrapadas entre crisis económicas, violencia urbana, soledad digital y miedo al futuro dominado por la IA.

3. Desigualdad y resentimiento.

Mientras las élites globales acumulan riqueza, grandes sectores se sienten excluidos del sistema.
¿Qué ocurre con los partidos políticos e instituciones?

El desorden en los partidos se refleja en estructuras vaciadas y liderazgos efímeros.

1. Maquinarias sin ideas: Los partidos dejan de ser doctrinas para convertirse en aparatos electorales y publicitarios.

2. Liderazgos improvisados. El dirigente formado es sustituido por figuras mediáticas sin profundidad histórica.

3. Infiltración de intereses externos: Corporaciones, ONGs, capital extranjero, y estructuras criminales influyen en campañas y decisiones estatales.

En las instituciones se observa pérdida de autoridad, corrupción y colapso moral.

1. Justicia cuestionada. Percibida como politizada, lenta y manipulable.

2. Parlamentos inoperantes. Convertidos en escenarios de cuotas y confrontación.

3. Poder ejecutivo debilitado. Presidencias presionadas por lobbies, burocracias y organismos internacionales.

4. Crisis moral. Sin valores trascendentes no puede existir autoridad legítima.
¿Cuál es el impacto en América Latina y la República Dominicana?

América Latina y el Caribe enfrentan un desorden amplificado: desigualdad extrema, inseguridad, penetración del narcotráfico, debilidad estatal, polarización importada y agendas culturales foráneas.

Haití representa la mayor tragedia sociopolítica del hemisferio, y es una amenaza para nuestro país.

En la República Dominicana, la violencia, la desconfianza y el deterioro moral crecen. En los partidos, la doctrina se debilita y el pragmatismo domina. En las instituciones, persisten fallas administrativas, corrupción y presiones externas.

Aun así, el país mantiene fortalezas: estabilidad macroeconómica, turismo de más de 12 millones de visitantes al año, un sector privado dinámico y un pueblo trabajador.

Entonces aquí nos preguntamos: ¿Hacia dónde va el mundo?

Entramos a una era marcada por la competencia estratégica entre Estados Unidos, China y Rusia, la inteligencia artificial, la crisis climática y el colapso institucional del sistema internacional.

Qué nos queda: reconstruir el orden moral antes que el institucional. No habrá orden político sin orden moral. No habrá orden moral sin verdad. No habrá verdad sin liderazgo ético.

El reto del siglo XXI no es solo geopolítico o tecnológico: es civilizatorio. El mundo necesita líderes con visión histórica y valor moral —como Juan Bosch en 1962— capaces de decir la verdad aunque sea incómoda.



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