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La oscuridad que desnuda al país


El reciente apagón que sumió a la nación en la oscuridad total es mucho más que una simple interrupción del servicio; es un espejo brutal que refleja la vulnerabilidad y la precariedad de un sistema eléctrico vital.

Cuando un fallo en una sola subestación puede desencadenar un colapso a escala nacional, dejando paralizado el transporte, los hospitales, las telecomunicaciones y la vida cotidiana, se pone en evidencia una dolorosa verdad: la infraestructura energética no está a la altura de las necesidades del país ni de su promesa de desarrollo.

Este "blackout" no solo causó pérdidas económicas y el caos inmediato, sino que generó una ola de indignación justificada entre ciudadanos que, una vez más, vieron sus derechos básicos comprometidos. Los argumentos de "fallas técnicas excepcionales" ya no bastan.

Lo que el país exige ahora es transparencia total sobre las causas, la identificación de los responsables y, sobre todo, un compromiso firme y calendarizado con inversiones que garanticen la resiliencia y la estabilidad del sistema.

La oscuridad de ese día no fue eterna, pero la lección debe serlo. Un país que aspira a la modernidad no puede permitirse el lujo de colapsar por una avería. El gran apagón ha terminado, pero la exigencia de una red eléctrica robusta y confiable apenas comienza.

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