El voluntariado tiene nombre! Repitan conmigo! Defensa Civil
Hoy, en el Día del Voluntariado, los discursos oficiales se llenarán de buenas intenciones y reconocimientos pulcros. Pero hay una verdad cruda, hermosa y profundamente incómoda que brilla en silencio: el corazón más constante y permanente del voluntariado late en los estractos más bajos de la pobreza. No lo mueven currículos, ni networking, ni la foto protocolaria. Los mueve la solidaridad que nace de saber lo que es carecer, el amor que se multiplica cuando poco se tiene, y una dignidad feroz que se expresa sirviendo al de al lado, que sufre igual.
En esta primera línea, descalza y heroica, se erigen los y las voluntarias de la Defensa Civil Dominicana. Hablemos claro: ellos son el esqueleto que sostiene la respuesta a emergencias de un país vulnerable. Un esqueleto mal alimentado, con equipos obsoletos, con una precarización institucional que es un insulto a su entrega. Trabajan con falta de inversión constante, con una ausencia dolosa de reconocimiento oficial que valore en serio su sacrificio. Y sin embargo, ahí están. Todos los días. Firmes. Disciplinados. Amorosos. Entregados al servicio social, humanitario y popular con una convicción que avergüenza a cualquier presupuesto.
Quiero llevarlos a un lugar específico, a mi tierra: Barahona. Porque el voluntariado no es un concepto abstracto, tiene nombre, sudor y geografía. Yo lo aprendí en carne propia. El voluntariado me encontró en un liceo, con una charla que encendió algo. Primero fue la Cruz Roja, los talleres de primeros auxilios que despertaron la vocación. Pero no bastó. El llamado era más profundo. En el verano del 2003, una amiga me mostró el camino hacia la Defensa Civil. Me registré. Y allí empezó todo: talleres, cursos, y el honor de pasar a formar parte del grupo de Prevención, Mitigación y Rescate de CEAJURI y Oxfam.
Fueron años intensos, los que forjan el carácter. Años en los que recorrimos la provincia con las botas plásticas puestas y el corazón en la mano. Polo, Tamayo, Villa, Jimaní, Barahona, Enriquillo, Jaquimeyes… en cada cruce, en cada inundación, en la dolorosa arriada del rio blanco, en cada llamado de auxilio. No éramos héroes ni heroínas, éramos vecinxs ayudando a vecinxs. Cargábamos ancianos sobre los hombros en medio de aguas bravas, repartíamos la poca agua potable que llegaba, consolábamos a quien lo perdió todo con un abrazo que decía “estoy aquí, no estás solo”. Ese fue nuestro servicio. Un servicio que no termina cuando se retira el camión con la ayuda estatal, sino que continúa en la mirada atenta a la comunidad.
Por eso, hoy no es solo un día de agradecer. Es un día de exigir. Urge la aplicación de políticas públicas eficientes, serias y con visión de Estado para la gestión de riesgos! No puede colapsar un país desde que caen dos pesos de agua.
Políticas que no se activen solo con la tragedia en los medios, sino que prevengan.
Que doten a nuestros “Héroes Naranja” –sí, con mayúsculas– del equipo, la formación continua, el soporte logístico y, sobre todo, de la dignificación económica y social que merecen. No podemos seguir construyendo resiliencia nacional sobre la espalda gratuita de los más pobres.
A esas mujeres y hombres de Barahona y de toda la geografía nacional, que se visten de naranja no por un sueldo, sino por un deber de amor: ustedes son la verdadera Defensa Civil. La que no se financia con presupuestos, sino con coraje; la que no se decreta, sino que late en el corazón de los pueblos.
Mientras las estructuras vacilan, ustedes son la columna vertebral. En un país de discursos efímeros, su acción callada es el único tratado de humanidad que perdura. No son un recurso, son el origen. No son un apoyo, son la base.
Gracias, Héroes Naranja. Su entrega, escrita con sudor y silencio, es la constitución moral que de verdad nos sostiene.
Por: Anny Minerva Jaquez.-




No hay comentarios