De nuevo
Santo Domingo.– La muerte del pequeño Romalki Cabrera en Palo Verde no es un simple accidente: es una tragedia anunciada por la imprudencia y el abandono de las normas de tránsito.
Jóvenes que calibran motos en calles pobladas son el reflejo de una cultura de desorden y falta de autoridad.
La DIGESETT y las alcaldías deben asumir su responsabilidad con controles reales, educación vial y sanciones ejemplares.
Un país donde los niños mueren por irresponsabilidad ajena necesita revisar sus prioridades.
No podemos seguir normalizando la anarquía en las calles mientras las familias entierran a sus hijos por pura negligencia.




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