Con Melissa: vocación y silencio
Santo Domingo.– Desde muy joven, cuando apenas tenía dieciocho años, sentí que mi destino estaba ligado a la palabra.
Había en mí una atracción natural por el silencio que precede al pensamiento, por ese instante en que algo invisible se transforma en frase, en ritmo, en voz interior.
Los fines de semana, los diarios publicaban poemas: versos que parecían abrir una puerta secreta al alma del mundo.
Yo los leía con una mezcla de asombro y deseo, como quien escucha desde lejos el canto de algo que aún no sabe pronunciar.
Una vez, un poeta conocido de mi país leyó un breve poema que yo había escrito y me dijo, con ironía y sin crueldad:
—"Dedícate a otra cosa."
Aquella frase, más que desalentarme, me enseñó el valor de la humildad y del aprendizaje.
Comprendí que escribir no es solo tener algo que decir, sino tener el valor de callar, observar y escuchar antes de hablar.
Quizá sin saberlo, ese consejo me encaminó hacia la prosa: hacia la mirada más contenida, más precisa, más limpia.
Y fue así como, sin dejar de amar la poesía, descubrí en la narración la forma más fiel de mi verdad interior.
Bosch, Gabo y Hemingway:
Mis modelos fueron siempre Juan Bosch, Gabriel García Márquez y Ernest Hemingway.
De Bosch aprendí la claridad moral, la economía de las palabras, la honestidad de la intención.
De Hemingway, la disciplina y el valor de decir lo esencial sin adornos.
De Gabo, la magia de convertir lo cotidiano en símbolo, lo real en prodigio.
Tuve el privilegio de un día entrevistar a Gabriel García Márquez y de reproducir esa conversación en mi libro: "Juan Bosch y García Márquez, Entrevistas".
Cada uno, a su manera, me enseñó que escribir es también escuchar el rumor del mundo y traducirlo en silencio.
Recuerdo que en estos días de Octubre 2025 debía celebrarse un festival de poesía, pero la tormenta Melissa obligó a suspenderlo.
Esa coincidencia me hizo pensar en cómo la poesía —como la vida— a veces se detiene para escucharse mejor.
La tormenta limpia, purifica, da espacio a la calma; así también el silencio prepara la palabra.
Quizá por eso estos poemas nacieron ahora: como un regreso a lo que nunca dejé de ser, aunque la prosa haya ocupado el centro de mi oficio.
Escribir ha sido mi forma de vivir y de agradecer.
Y en el fondo, siempre he sentido que la poesía estaba ahí —como una raíz oculta, como una llama que no se apaga— esperando su momento.
Este escrito es ese momento: la voz del silencio que contempla y del silencio que ruge, los dos rostros de una misma vocación.
Dos Rostros del Silencio con Melissa
Poemas de Víctor Manuel Grimaldi Céspedes
Prefacio I – Lírico
El silencio tiene dos rostros.
Uno contempla sin moverse: guarda, escucha, sostiene.
El otro se levanta, como la tormenta, y purifica el mundo con su voz de agua y trueno.
Ambos son parte de la misma esencia: la calma y la fuerza, la espera y la revelación.
Prefacio II – Reflexivo
El silencio ha sido siempre el lenguaje de lo profundo.
En la historia de los pueblos, en la voz del alma y en el pulso de la naturaleza,
se manifiesta como una fuerza que contiene y revela.
A veces es contemplación: la pausa que permite entender la vida.
Otras veces, es creación: el rugido que despierta lo dormido.
Estos dos poemas nacen de esa dualidad: el silencio humano que observa y el silencio cósmico que se desata.
Ambos dialogan entre sí como dos reflejos de una misma verdad interior.Ella
Ahí está.
Silenciosa.
Testigo de la vida.
No exige, no reclama.
Solo mira,
y en su mirar recoge
las palabras que no se dijeron,
las lágrimas que nadie vio caer.
Escucha en secreto
el rumor del tiempo,
el eco de los pasos que se alejan,
el suspiro del viento
que trae y se lleva memorias.
Comparte sin hablar,
soporta sin quejarse.
Lleva en su alma
el peso dulce de lo humano:
la alegría breve,
la pena larga,
la fe que no se apaga.
Ella —presencia quieta—
sabe del dolor y del milagro,
de la pérdida y del hallazgo.
No se impone.
Solo permanece.
Y espera,
sin prisa,
sin sombra de duda,
espera un futuro mejor.
Porque en su silencio
ya germina la esperanza.
Porque su mirar callado
es una promesa.
II. Ella (La Tormenta)
Ahí está.
Silenciosa.
Testigo de la vida.
Se levanta desde el mar,
donde duerme el calor de los días.
Mira desde lejos,
con ojos de nube y presagio.
Escucha el murmullo de la tierra,
el gemido de los árboles que la esperan.
Comparte su secreto con el viento,
soporta la impaciencia del cielo.
En su pecho se amontonan
las gotas que aún no han caído,
los truenos que aún no han nacido.
Ella —presencia viva—
se contiene,
se forma,
se prepara.
Y de pronto,
sin aviso,
los rayos y las aguas torrenciales
van cayendo ya.
El cielo se abre,
la tierra responde.
La furia se desata,
pero en medio del ruido
hay una voz que bendice:
la del agua que limpia,
la del trueno que despierta.
Porque Ella no destruye:
renueva.
No castiga:
transforma.
Y cuando el último relámpago se extingue
sobre el horizonte mojado,
vuelve el silencio —
su antiguo reino—,
y queda en el aire
el perfume del principio.

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